Optimismo desenfocado

Cuando uno supera las seis décadas, podría pensar que ya lo ha visto todo, que la vida ha dejado sus lecciones y que el optimismo ha sido el motor de la existencia. Recuerdo cuando solía pensar que el simple hecho de mantener una actitud positiva podría cambiar cualquier circunstancia, leía libros, artículos, asistía a conferencias. Siempre he sido el tipo de persona que cree que, con suficiente fe en Dios, el futuro está asegurado y todo mejorará. Eso para los que tenemos una creencia y una Fe está muy bien y es aceptable. Sin embargo, con los años, he aprendido que no todo optimismo es igual. Existen formas de esperanza que pueden cegar y enfermar a las personas, es un optimismo enfermizo y casi obsesivo que puede hacer que uno ignore las señales de alerta que Dios y la vida lanzan como advertencias.

Mi optimismo, a lo largo de muchas décadas, era como una brújula descompuesta. Me convencía de que todo saldría bien, incluso cuando la realidad me mostraba lo contrario. Hubo tiempos en los que esa fe ciega me llevó a cruzar caminos peligrosos, momentos de grandes dificultades económicas, pensando que de alguna manera las cosas se arreglarían solas. No me tomé el tiempo en ese momento para planificar o enfrentar los problemas con el rigor necesario. La vida, como siempre lo hace, me enseñó que la esperanza no basta sin acción, y que el optimismo mal enfocado puede ser más destructivo que los malos pensamientos.

Esa necedad de creer que todo mejorará por sí solo puede llevarte a desilusiones más grandes que las que enfrentas cuando miras la vida con una perspectiva más clara. Es como caminar por un puente frágil, confiando en que no cederá, aunque sientas que los tablones van a soportar tu peso, de pronto se rompen y caes al vacío. Con el tiempo, me di cuenta de que el optimismo no es un salvavidas si está basado en ilusiones, y eso lo aprendí de la forma más dura.

Mientras yo siempre había sido el que animaba a los demás a mantener una actitud positiva, mis propias situaciones me hicieron replantearme todo y ante la lectura de una frase que leí en algún lado: "El optimismo, sin una buena dosis de realidad, es tan peligroso como el miedo", me di cuenta de que, durante años, mi optimismo desenfocado había sido una forma de negación, una forma de escapar de los problemas reales, de las decisiones difíciles que no quería tomar.

Al empezar a replantear mi enfoque, empecé a notar la diferencia entre la esperanza genuina y el optimismo sin sustento. La esperanza genuina, la que te mueve a actuar y a aceptar las cosas como son, es una herramienta poderosa.  Este optimismo realista, me permitió ver el panorama completo, reconociendo los problemas, pero también saber que tenía fortalezas y la capacidad de enfrentarlos. Ya no se trataba solo de creer que todo saldría bien; se trataba de creer que yo podía hacer que las cosas mejoraran con esfuerzo, planificación y, sí, con una actitud positiva, pero también con los pies firmemente en la tierra.

¿Cómo saber si estás siendo demasiado optimista?

Existen varias señales que pueden indicar que el optimismo está nublando tu visión de la realidad:

  • Negación de los problemas: Si te encuentras minimizando dificultades reales, asumiendo que desaparecerán sin acción, es probable que estés siendo demasiado optimista.
  • Falta de planificación: Si confías en que las cosas mejorarán, pero no tienes un plan de acción concreto para abordar los problemas, es un signo claro de un optimismo desalineado.
  • Desilusión frecuente: Si constantemente te sientes frustrado o desilusionado porque las cosas no salen como esperabas, esto puede ser una señal de expectativas poco realistas.

Reglas del optimismo saludable

El optimismo saludable se basa en un enfoque equilibrado, donde la esperanza y la acción van de la mano. Quiero darte tres reglas que he adoptado en mi vida:

  1. Acepta la realidad

El primer paso para desarrollar un optimismo saludable es aceptar las circunstancias tal como son. No se trata de enfocarse únicamente en lo negativo, sino de ser conscientes de los problemas, los obstáculos y necesidades reales sin ignorarlos. Esta es la base para poder encontrar soluciones y tomar decisiones adecuadas.

  1. Actúa en consecuencia

El optimismo saludable implica estar dispuesto a actuar. Creer que las cosas pueden mejorar es solo el primer paso. El segundo es trabajar para que eso suceda. La acción es clave para que el optimismo sea más que una esperanza vacía. Ya sea buscar ayuda, planificar una estrategia o aprender nuevas habilidades, cada paso cuenta para acercarte a la mejora.

  1. Ajusta tus expectativas

Una de las mejores maneras de protegerse de la frustración es ajustar las expectativas. Es fundamental ser positivo, pero también tener una visión clara de lo que es posible a corto, mediano y largo plazo. Esto no solo ayuda a mantener el optimismo, sino también a gestionar mejor las desilusiones cuando las cosas no salen según lo previsto.

Mis tres pasos para desarrollar un optimismo realista

Desarrollar un optimismo realista no es algo que suceda de la noche a la mañana. Quiero darte mis tres pasos:

Primer paso: Evaluar la situación actual de forma objetiva.

El primer paso para ser un optimista realista es hacer una evaluación honesta de tu situación actual. Pregúntate: ¿cuáles son los desafíos que enfrento? ¿Qué recursos tengo disponibles para enfrentarlos? Ser objetivo te ayudará a evitar caer en una visión distorsionada de la realidad.

Segundo paso: Define metas alcanzables

Un optimista realista establece metas inteligentes, que estén alineadas con su situación actual, pero siempre con un enfoque positivo. En lugar de esperar que todo se resuelva solo, divide tus metas en pequeños pasos alcanzables. Esto te permitirá mantener la motivación sin frustrarte si no logras resultados inmediatos.

Tercer paso: Prepárate para los Obstáculos

Parte del optimismo realista es entender que, en el camino hacia tus metas vas a enfrentar obstáculos. Sin embargo, en lugar de verlos como impedimentos definitivos, un optimista realista los ve como oportunidades y desafíos a superar. Prepárate mentalmente para los contratiempos y desarrolla estrategias para abordarlos. Si crees que la montaña que estás subiendo es la más difícil de tu vida, prepárate solo es un entrenamiento para lo que sigue.

Quisiera concluir diciendo que el optimismo, cuando está bien dirigido, puede ser una herramienta poderosa para el crecimiento personal y la resiliencia. Sin embargo, debe estar en equilibrio con la realidad. Ignorar los problemas o confiar ciegamente en que todo mejorará sin tomar medidas no es optimismo; es negación.

Por esto mi consejo final es que trates de mantener una visión positiva sin perder de vista los hechos, tomar decisiones informadas y actuar con responsabilidad. De esta manera, podemos mantener la esperanza y trabajar activamente hacia nuestras metas, sin caer en la frustración ni en la inacción.

Adrián Rojas

Master Coach y especialista en Neuroprogrmación.

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